Son las
tres de la mañana, no hay estrellas en el umbral del cielo y menos aún una luna
resplandeciente. Noche fría como ninguna otra, quizá frialdad de soledad con
vano delirio de tristeza. Noche paciente que arranca la esencia del
pensamiento. Noche amarga que apuñala en tu recuerdo.
Hoy
como muchas otras noches el sueño me ha sido arrebatado cuando en su esplendor
tu recuerdo me visitaba. Pero me niego rotundamente a que hoy sea otro día a
llorarle al espejismo de tu ser, me niego rotundamente a que este amanecer sea
testigo de mi estado de soledad; y se burle de mí como lo ha hecho con tantas
otras historias de amor. Más bien hoy la invito a ser cómplice de una corta carta
entre dos corazones destinados.
Tal vez
no sea prudente escribirte, pero la mente me agobia, y los sentimientos
desbordan.
Esta noche más que nunca debo confesar que te
extraño. Sí, extraño todo de ti, o la nada que había en ti, extraño tus
caricias en mi cuerpo, ese souvenir que me parecían tus besos, que cada vez que
los visito dejan en mí las huellas de haber estado en lugares diferentes. Deseo
estar de nuevo en tu ramaje, sentir el musgo de tu piel y la vida entre tus
entrañas. Mirar la sombra de tu silueta sobre la cama y apoderarme de cada
rincón de su oscuridad. Acariciar tu cuerpo sutilmente y devorar a mordiscos tu
espíritu sediento de pasión. Me apetece hacer un huracán en tu
habitación, que tus muslos no sepan que arremetió contra ellos, tengo ganas de hacer
revoluciones en tu cama e independizarme de lo que me queda de santa. Anhelo
ser la causa de tus suspiros y más aún de tu gozo. No, no quiero ser tu
musa, de hecho me apetece ser tu realidad, tú mujer de carne y hueso, aquella
que te robe el sueño no por lo lejana que parece; si no por lo cercana que te
quiere. Oh! Ansío ser tu deseo, tu sueño, tu revelación y tu placer. Ambiciono
meterme entre tus sábanas y desvestirte con mis versos garabateados en tu piel.
Sin
embargo tú estás allá y yo seguiré aquí con este insomnio eterno, eterno como
las gana que tengo de amarte.
Moudi.